La imagen que un poema crea

El placer de un poema en sí mismo debiera estar en la forma de expresar cómo hacerlo. La imagen que un poema crea. Comienza con deleite y termina con sabiduría. La imagen es igual a la del amor. Nadie podría sostener realmente que el éxtasis debiera ser estático y mantenerse inmóvil en un lugar. Comienza con deleite, acata el impulso, asume una dirección con la primera línea trazada, sigue el curso de los acontecimientos felices y finaliza con un esclarecimiento de la vida, no necesariamente un gran esclarecimiento, tal como aquel en que se basan las sectas y los cultos, sino como un sostén momentáneo contra la confusión. Tiene un desenlace. Tiene un resultado que, aunque imprevisible, estaba predestinado desde la primera imagen del ánimo original y, por cierto, del ánimo mismo. No sólo es un poema artificioso, sino que no es de ningún modo un poema si lo mejor de él fue meditado desde el principio y reservado para el fin. Encuentra su propio nombre a medida que avanza y descubre que lo mejor lo aguarda en alguna frase final repentinamente sabia y triste; la mezcla triste y feliz de una canción para bebedores.

De Prosa de Robert Frost, traducción de Nina de Kalada y Alberto Girri, Editorial Troquel, Buenos Aires, 1969.

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