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Caza un hombre en el monte, Epicedes, buscando las liebres
todas y los rastros de todas las gacelas
y afrontando la escarcha y la nieve; mas, si alguien le dice
«Mira, ya está tocada la pieza», no la cobra.
Tal se deleita mi amor en seguir lo que escapa
pasando de largo por lo que yace herido.
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Hannah Arendt sostiene, al estudiar a San Agustín, que el problema de la felicidad humana estriba en que está constantemente asediada por el temor: «Lo que está en juego no es la falta de la posesión, sino su pérdida». Privado cada momento de su serenidad, dado que del anhelo se pasa al temor de la pérdida, el futuro destruye al presente. Así, Calímaco y San Agustín coincidirían en que la posesión del objeto es imposible. Sólo que en Calímaco lo es por la incompatibilidad entre deseo y posesión, puesto que sólo es deseable la presa que huye, en tanto que en San Agustín es el temor de la pérdida lo que aniquila la satisfacción por el objeto amado. En ambos casos, el presente no existe, está perpetuamente aniquilado por el futuro.
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(Pero) No huye la presa del cazador, sino el cazador de la presa, como huye el sentido dejando, en su estela, la metáfora. El poeta es el que persigue y registra esa estela. El tropo no es allí un procedimiento de reemplazo de lo literal, es el reflejo -artístico, si se quiere- de su fuga incontenible.
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Epigrama de Calímaco, escrito hacia 280 a.C., traducción de Manuel Fernández-Galiano. Tomado de «El cazador y la presa» ensayo del libro Orfeo en el quiosco de diarios, Edgardo Dobry, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2007. Los fragmentos que siguen al epigrama son del mismo ensayo.