Salimos con Vale
en fila india
por el camino que va
desde la parte de atrás
de la casa
hasta el gallinero
en el fondo del campo.
Un piecito delante del otro
para esquivar los canteros
delineados con piedras
redondas y lisas.
Vamos atentas
a que las ramas
de lija de la higuera
no nos rocen
y a no despegar
ni un cachito
el revoque del muro
que igual después
se caerá solo.
Mamá
cuando era chiquita
en otro diciembre
hacía ese recorrido
sin temor a que nada
se cayese
para disfrazar la higuera
de árbol navideño
con enormes duraznos
envueltos en celofán.
Los duraznos
emitían una luz
que de tan ámbar
suavizaba cada cosa.
Tan brillante era
esa luz
que cegaba
el hueco de los regalos.