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Ni las nubes del sol podrían vestir una pollera así esta mañana.
Ni la mujer de la ambulancia, ni su corazón rojo
que desquiciado florece y atraviesa su abrigo.
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Es un regalo, un regalo de amor
que nunca pidió
este cielo
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pálido y flameante
encendido de monóxido, ni los ojos
que de golpe se detienen bajo esos sombreros negros.
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¿Y yo qué soy, Dios?
¿Por qué ahora se abren y gritan estas bocas
en un bosque de hielo, en un amanecer de flores azules?
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En el día del traductor, me doy el gusto de hacer una personal versión de este poema del libro Ariel, luego de la excelente traducción de Ramón Buenaventura para Hiperión (que pueden leer, junto al poema original, aquí). Espero les guste, feliz día a todos, ¡que todos somos traductores!