Vamos hacia el Cristo
en la mañana más ventosa
que recuerde,
un viento que sopla
aguijones de hielo y de sal
desde el bosque petrificado
inmóvil en el fondo.
Al avanzar se nos suma
un perro callejero
y aparecen unos teros
que buscan ahuyentarlo.
.
Siempre pensé
que los teros andaban de a uno
con una pata en alto
lanzando un grito
de soledad al cielo.
Pero aquí son muchos
con el nido cerca,
sus voces confusas
una imprecación al enemigo.
.
“Son protectores”, dijiste,
cuando hablé y creí estar
solo pensando.
Seguiste el camino y yo
me atrasé unos pasos.
Pensé algo de nuevo, quizá
lo dije en voz alta.
Vos te diste vuelta
y sonreíste apenas.
.
Ya pueden verse
las ofrendas de flores de plástico.
.
Grabé tu espalda con mis ojos
tu forma de caminar,
la mano que estiraste hacía mí
con la palma ancha y abierta.