Una vez que se sabe que la traducción es imposible, que en sentido estricto no existe, que solo puede existir como un delirio, se abren para la traducción en el terreno del arte las mejores puertas: considerar que es un método entre otros para generar obras de arte. Para decirlo en otras palabras: la traducción es imposible y por eso es deseable. Porque es imposible vale la pena intentarla. Porque hay una imposibilidad insoluble la traducción es fructífera. Las mejores traducciones logran lo que la obra de arte: encontrar ante una imposibilidad una salida deslumbrante que no la resuelve.
.
Así termina el ensayo «Una ponencia sobre la traducción» de Jorge Santiago Perednik (1952-2011), poeta, crítico literario y traductor nacido en Buenos Aires. Este texto, el primero del libro Ensayos sobre la traducción, publicado por Editorial Descierto (Buenos Aires, 2012), que leí recién, inmediatamente después de terminar la novela La campana de cristal de Sylvia Plath, en un bar porteño vacío salvo por mí, un día de paro nacional, me deja con la sensación de ser a duras penas la sobreviviente de un naufragio. Si todo es imposible, no queda más que seguir intentándolo.