I
Estoy rogándole a Once que
llueva más fuerte.
No hay suficiente barro en las veredas.
Estoy suplicando que la ventana
se agigante y me abrace
hasta escurrirme todas las flores
de malvón descuidadas.
Estoy insomne dando vueltas
monoambientales, humedeciendo el único
espejo de la casa, de la pequeña caja,
para dibujar escenas y hablarlas
mientras Once solo deja resbalar
un puñado de desorientadas gotas de nada.
Estoy incendiando mis horas.
Estoy cavando la superficie de los días.
Estoy enterrando los árboles de la noche.
Solo estoy pidiendo que llueva
tan firme, tan espeso, tan frío
que apague de un único golpe mojado
la encendida piel de mis manos.
.
Uno de los poemas de La incendiada del espejo, el primer libro de mi gran compañera Nerina Coronel, que se presenta este sábado aquí.