Cuando desafío al agresor
logro que se calle
y el corazón bombea rápido.
No reconozco mi voz
en ese rugido.
Su verdad-pensamiento
suena en mi cabeza
con un repiqueteo
que me embriaga.
El agresor responde
de un modo
que no esperaba:
recula, pide disculpas.
No voy a aceptarlas.
He terminado
con la impostura
de mi civilidad.