¡Fuera los trillados caminos!

Con este texto, presenté el jueves 26-5-2022 Mis animales y los que no son míos
de Denise Fernández, editado por Mágicas Naranjas.

Vengo a postular que este libro es producción cuántica del mundo. Tomando las palabras de Denise en el poema “Mi toro”, es “una sola cosa nombrada de mil maneras”, que así se vuelve todas las cosas en su posibilidad de ser dichas. Una posibilidad creadora que la poeta pone en nuestras manos, para que nos resguardemos con las mejores armas: espumaderas para mirar por su tejido, para desplazarnos entre ilusión y sueño.

En el prólogo, la autora arranca con la frase “en mi país”, en lo que de entrada es una toma de posición y de posesión, comarca inventada, gesto que -de entrada, también- combate el lugar común. Porque lo que seguirá no es un país convencional, ningún enunciado de los esperables en el predictivo de la peor prosa, esa que siempre se queja sobre los males de “nuestro país”, “en mi país” tal y tal cosa, blá y blá, como si un territorio pudiera ser por fuera de nosotres mismes. Como si no construyéramos el país con nuestros actos, nuestras palabras.

Así que ni siquiera necesitamos llegar a los poemas para hallar el ars poética de Denise: mi país no es el país de los paratextos y de los textos esperables; es un territorio que, desde su primera oración, cuestiona el “mi” de los posesivos automáticos, que escribe en colectivo: “en mi país cuando escribimos un prólogo”, dice. Y nos advierte: ojo, ese “mi” es el posesivo del miedo, el que busca asegurarse la propiedad a toda costa.

Como si fuera poco, a continuación, la voz sigue afirmando: “luego los prólogos se van de casa”, y así convierte al prólogo en una autonomía, que enseguida se confirma: algunos son paratexto, otros prefieren ser texto. En esta declaración, Fernández suelta al mundo lo creado y, al mismo tiempo, borra la consabida convención. Y nos da libertad lectora absoluta, lentes imprescindibles para adentrarnos en su territorio, en el universo animal que nos espera detrás del bosque.

No es casual que este sea el primer libro de una colección que se llama así, Bosque, que el color de su tapa sea verde espesura. Y que su título ya cuestione, antes del prólogo-primer poema, la propiedad (en todos sus sentidos, de dominio, de sujeción de sentidos, de corrección poética, de lo supuestamente lírico a priori), en un cuestionamiento que es la premisa del universo-denise: aquí hay lugar para todas las criaturas, mías o no. Lo que es lo mismo que decir: todas son mías, ninguna lo es. Así propongo leer este título: no se trata de una división entre unos y otros animales: todos ellos son y no son a la vez. Y si alguna duda cabía, las inquietantes cursivas de “y los que no son míos”, ratifican el doblez multiplicador.

Para que esta cuántica poética suceda, les lectores solo tenemos que ponernos a mirar por la mirilla de este libro, prodigiosa espumadera, caja de Schrödinger que transformará nuestra escala para que las leyes de su física se apliquen a nuestros cuerpos y podamos flotar entre partículas, volvernos indiscernibles, es decir: texto, paratexto, animal, prólogo, poema. Volvernos, también, iconografía, de una quietud muy sospechosa, que se disuelve con apenas activar un remolino de páginas pares, para que otro libro cuántico, bellísimo, aparezca, animal de plata al borde, gracias a la mano brillante de Mari Chinnici.

Lo que sigue es la apertura de una ánfora-pandora, pero no una que desparrama todos los males por la faz de la tierra, sino una que, en cada emanación, compone su multiverso exquisito.

28 piezas en un concierto del que podríamos predicar tantísimo, fijar con alfileres su recorrido, qué tentación. Pero, como dice Fernández, mejor que sean “vestidos de ensueño para todos”, en sutil referencia a Emily Dickinson, a su reverie, a la confianza de ED en la posibilidad de construir un jardín, una rosa, con un puñado de elementos. Y ser así ese jardín, esa rosa.

Sin taxonomías, entonces, o espero quedar apenas en su filo, no caer del todo ahí, compartir “como rezando”, como también dice Denise, una propuesta de lectura de estas 28 cajas cuánticas articuladas: entonces, quizá, solo quizá, sea que las primeras 15 nos preparan para la segunda parte de la ruta, nos dan un tic tac de animal mío-no mío, ese pulso del amor, sí, de qué otra cosa pensaban que venimos hablando todo este tiempo.

1 Perro / 2 Gallina / 3 Caracol / 4 Vaca / 5 Caballo / 6 Babosa / 7 Golondrina /
8 Mamut / 9 Araña / 10 Canguro / 11 Sapo / 12 Mariposa /
13 Dragón de tres cabezas / 14 Polilla / 15 Búho

Y quizá, solo quizá, la pieza 16 nos dispare hacia la inversión, el trastoque del orden de la propiedad, ¿qué más podría pasar “después de hablar de amor”?

Siguen tres piezas de propiedad invertida, aún duales, hasta que el pájaro nos mira a la cara y nos dice “pidanmé la música”

17 Castor / 18 Serpiente / 19 Pájaro

Desde aquí, todo es fruición, el procedimiento se acelera, tentáculo y torbellino.

La pieza 20 es un único poema, fusión que busca “eternidad por todos los campos”. En la 21, más fusión, que habilita en la 22 un nuevo desdoble, ahora interespecie. En la 23, el amor toma directamente la palabra, impulsa nuestro “transporte de un estado a otro”, para que las cosas sean.

Ahora sí, desde aquí, los poemas sueños (de las piezas 24 y 25) pueden ser. Después de haber pronunciado su ontología múltiple, que sean los sueños. La propiedad del mí, desde acá, solo para los sueños propios, la muerte propia.

Y entonces (en la pieza 26), la muerte por tres, despistar para siempre, marcharse moviendo las crines de azúcar. Y (en la 27) el sueño-poema, luminosciente, llanto por la palabra inventada que se niega.

En la culminación, de seis partes, llega el día en que nos vamos todos de casa, dice en polifonía absoluta la voz. Ya lo había anunciado Fernández en el prólogo, recordemos:   “luego se van”.

En ese luego, toda la potencia del acto de irse. Pero no por trillados caminos, ¡fuera de los trillados caminos del ser! En ese desvío, crear y creerse ángel, una conjugación cuántica. De alas desplegadas, con todo el tiempo del mundo en las manos. Para hablar de sí, salirse de sí, del cuerpo propio.

Para lo otro, para no poder definir qué es alguien que llora, está todo lo demás, el mundo ordinario, sin animalidad, sin desvíos.

La poeta, por supuesto, nos miente de nuevo. En sus versos finales, nada muere, nos cuenta de sí, y las criaturas ríen. Solo se llora en el discurso referido, ante la promesa incumplida. No está ese llanto en el libro, quedó afuera-de-sí. Y nosotres, les lectores, ahora felices, nos reímos también, criaturas afortunadas, en el gozo de ser parte de esta música nueva.

Gracias, Denise, por este libro cuántico, que nos sigan llegando más de tus desviantes multiversos. Somos, después de todo, tus animales heridos, tus mariposas enfrascadas rodando por una pendiente blanda, rotos de llanto. Siempre vamos a necesitar las palabras, tus dentritas, para que conviertan nuestras lágrimas.

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