Al renegar del pasado, el hombre de hoy se ha vuelto plano. Hasta el lenguaje de la poesía se ha tornado funcional: vociferante o anodino, sin matices. Las palabras afirman o niegan, no evocan. El presente, la única dimensión temporal que se toma en cuenta, no constituye indudablemente una caja de resonancias. No hay, no puede haber música, por ende. Creo que cuando Mastronardi comenzó a escribir Luz de provincia, unos sesenta y cinco años atrás, las cosas eran diferentes, por cierto, pero no demasiado. Lugones ya se había cansado de parodiar la música en su concertino lunar, y el vanguardismo, a su vez, le había puesto una buena dosis de naftalina a esa idea de aflicción expectante que es la nostalgia, plegándola cuidadosamente en el baúl del siglo pasado. Martinez Estrada dejaba la poesía y empezaba a teorizar. No hacía falta ser vidente para comprender qué clase de mundo se avecinaba. En esa encrucijada, ligando su anacrónica sensibilidad a la disciplina, Mastronardi optó por transmitir la imagen del paisaje de su provincia envuelto en un eco de la tradición que amaba. Era, a todas luces, una jugada fuera de moda. Contra lo previsible, su fidelidad tuvo premio: su poesía está viva. Entre la de sus coetáneos, sólo la poesía de Borges posee similar belleza e idéntico rigor.
Extracto del texto de Ricardo Herrera publicado en http://www.autoresdeconcordia.com.ar/mastronadi_critica.htm