que vendrían de muy lejos, de Bangladesh, acaso

El perro tuvo un enfrentamiento con una gallina, que se asustó y quedó tiesa. Le decía mostrando las fauces hasta el fondo,las muelas facetadas: Dame un huevo. La gallina abrió un poco las piernas y echó uno que se partió en el piso. Muerta de terror, casi convertida en efigie, pensó, diseñó, con su mentalidad específica, otro, bello; se echó muerta de espanto y lo dio. Era hermoso, blanco, con una almendra hincada. Parecía una joya y un helado. El perro se acercó. La gallina voló, quedó parada en el aire, volando sin volar, siempre muerta de miedo. El perro probó el producto. Vio que era óptimo, comió todo, la almendra y lo interior como una pepita de yema. ¡Qué sabor!  Su cara quedó dulce, se relamía, cerró las fauces, mostraba sólo una parte de la boca que sonreía como diciendo: Dame otro, de esto ¡qué hermosura! de esto no llevo, como yo.

La gallina no estaba para más. Se echó a volar con su corto vuelo, volando hacia atrás sin dejar de mirar a ese zorro y can. Hasta que se paró en el boscaje, en una magnolia que ya estaba cargada de flores marmóreas, que vendrían de muy lejos, de Bangladesh, acaso, de Lhasa, que vendrían de Nínive. Las magnolias parecían pagodas, mezquitas y, sin embargo, se asociaban a esa alba y esa cristianía.

Fragmento de «Misa de Pascua» de la gran gran Marosa Di Giorgio. Es poesía, es prosa, es poema y relato: es todo a la vez.

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