Adrienne Rich por Sandra Toro . IV . mi enojo incurable, mis heridas insuturables se abren más con las lágrimas

IV

Vuelvo de estar contigo por donde la luz temprana
de la primavera destella en las paredes de siempre,
el Pez Dorado, la casa de saldos, la zapatería…
arrastro la bolsa de las compras, corro el ascensor
donde un hombre viejo, tenso, almidonado, deja
tranquilamente que las puertas casi me cierren encima.
Le grito –¡Párela, por el amor de dios!,
y él me dice –histérica– por lo bajo.
Me instalo en la cocina, descargo los paquetes,
hago café, abro la ventana, pongo a Nina Simone
que canta Here Comes the Sun… abro el correo
mientras bebo el café delicioso, la música deliciosa
con el cuerpo liviano y pesado a la vez, todavía contigo.
Del correo se cae una fotocopia de algo que escribió
un hombre de 27 años, un rehén, torturado en prisión:
Mis genitales fueron objeto de tal despliegue sádico
que me mantienen siempre despierto del dolor…
Haz lo que puedas para sobrevivir.
Sabes, creo que a los hombres les encantan las guerras…
Y mi enojo incurable, mis heridas insuturables
se abren más con las lágrimas, lloro inútilmente,
ellos todavía controlan el mundo, y tú no estás en mis brazos.

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Poema IV de la serie «Veintiún poemas de amor» de Adrienne Rich (la segunda de su libro El sueño de un lenguaje en común, de 1978) en la bellísima traducción de Sandra Toro que salió publicada a principios de este año.